
La reacción del pastor, Gbenga Akhiomu, no pudo ser más pragmática: exigió a los practicantes el equivalente a 120 euros en concepto de daños y profanación del altar. También les exigió limpiar el altar y rezar tres avemarías por el perdón de sus almas.
Durante el juicio ulterior, el marido explicó al juez que, tras cuatro años de casados, su vida sexual había empezado a declinar, por lo que “mi esposa me pidió poner algo de sal y pimienta de una manera poco convencional”. “Se me ocurrió -prosigue Akintepe- “que hacerlo en la iglesia, con el gran hombre viéndonos desde lo alto podría ser emocionante.
Se lo conté a mi mujer y le encantó la idea”. Además de la multa y la friega del altar (con agua bendita) el juez advirtió a la pareja para que tuviera más respeto por las instituciones religiosas.
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